CIUDAD PAISAJE

 Alejandro Cárdenas 


Monterrey







“La arquitectura es paisaje, el paisaje es arquitectura”.

-Carme Pigem



    Aceras, carreteras, segundos pisos, periféricos, concretos hidráulicos, vías rápidas, puentes, rotondas; símbolos de modernidad en tiempos deshumanizados; hogares del ser celestial que manda sobre nuestras ciudades; aquel de cuatro ruedas que traumatiza y amenaza la experiencia humana y el paisaje como lo conocemos, su presencia, como buen virus, se esparce como mancha de urbanización gris, de modernidad que va carcomiento los limites de lo natural. Montes, cerros, montañas, valles, cañadas, ríos y bosques, no son rivales ante la locomotora gris, porque claro que hay que poner un puente para evitar el río, ¡pero que pesado!, ¿no? Si no existiera, todo sería más fácil, ¡podríamos llegar más lejos y más rápido! Pero que belleza hay en lo atroz; o acaso nos atrae la deshumanización del espacio, en los cerros termitas; esos llenos de zapateras de concreto, aquellas que justifican su existencia en: pero tengo una bonita vista, ¿no? ¿Será que es más bello ver la decadencia de la ciudad desde las alturas? O disfrutamos ser terroristas del paisaje con tal de poder ver el paisaje. 

Nos hemos alejado de la ciudad para encontrarnos con la naturaleza o al menos eso hemos pretendido, aunque algo no cuadra en esta ecuación. Desde el inicio de nuestros tiempos hemos hecho arquitectura o ciudad con un fin humano, de congregación y refugio, de la cueva como habitáculo más básico de protección. De ahí la arquitectura se ha movido a la creación de nidos industrializados, de hacer más con menos, de parecernos a la máquina, de automatizar la forma en como habitamos y sentimos el mundo, de ver el habitar como un capital con el que se puede atentar a la dignidad humana; hablamos de plusvalías, de terroristas inmobiliarios, de ciudades boutique, de exclusividad. 

Pero, pareciera que algo tan humano ahora es un privilegio; el de vivir con y para el paisaje, porque el paisaje también se ha convertido en un capital; uno que es prostituido e intercambiado por experiencias de lujo, de vistas, de alejarnos de la ciudad., pero ¿entonces, no nos damos cuenta de lo mal que hemos hecho ciudad? Tanto que podemos pagar cantidades exorbitantes para tener un escape de ella, algo no cuadra aquí, porque, ¿entonces, para que hacer ciudad en tiempos modernos? ¿Son realmente la solución? O nos hemos dado cuenta del gran fracaso que representan las grandes metrópolis para el habitar humano, porque seamos honestos, ¿necesitamos que todos vivan en las ciudades? Es necesario seguir expandiendo las urbes con tal de acinar a unos miles más, porque es cierto, siempre caben uno pocos más. Son Le Corbusier, Wright, Gropius, Van Der Rohe, grandes mentiras del colectivo arquitectónico, seres endiosados en la academia por haber planteado las bases de la decadencia humana que vivimos en el siglo XXI, de ciudades grises, inhumanas, alejadas del paisaje y orientadas al monstruo de cuatro ruedas; aquel saturno que ha venido a devorar nuestras vidas, a destruir lo único que nos hace humanos: la individualidad de nuestro habitar.

Es así que necesitamos de ciudades paisaje; de aquellas que permitan a la naturaleza retomar lo que es suyo, casi tan apocalípticas que pareciera que no existimos, en donde los grandes altares de 4 ruedas a los que llamamos calles se retomen como espacios verdes, de pulmones para el habitar. Una mancha que carcoma en el sentido inverso. De ciudades que se definan por sus ríos, sus corredores verdes y no por sus carreteras. De calles orientadas al peatón y de ciudades compactas, densificadas en vertical con limites rigurosos. De plantas bajas libres, entramadas para disfrutar la escala humana, de diversidad, colectividad, de vivir uno a lado de otro, de volver al campo, de atender las necesidades de aquellos que no necesitan vender su vida por un espacio insalubre en la ciudad. Así como no necesitamos que todos los arquitectos sean constructores, no necesitamos que toda la gente viva en la ciudad. Tenemos que deconstruir la idea del campo; de la provincia, y del paisaje como un espacio para lo rústico, para los menos favorecidos, de incivilización. Por qué no pensar en hacer ciudad con lo que ya existe, en mejorar nuestros pueblos y ciudades, de construir sobre lo construido, de volver a la cueva, de dejar los nidos automatizados, en el dejar de lucrar con el espacio, pensando que las utopías y las ciudades paisaje existen.

Es necesario el cuestionamiento de los arquetipos a los que estamos acostumbrados, tanto en los espacios simbólicos ideales como en los espacios de representación; en las aulas, en los manifiestos y en el arte; en los ensayos improbables están precisamente, las soluciones que nos acercan a deconstruir lo que pensamos imposible, en pensar en ciudades imaginarias; ciudades paisaje concebidas como el recordatorio de un entorno natural que ha sido modificado y moldeado por la influencia caprichosa de la humanidad.







EXPERIMENTAL