Alejandro Ricote
Ciudad de México
Hubo un momento en que olvidamos que esta tierra nació del agua, que el suelo que pisamos está construido sobre lo que antes fue un lago. En el afán de ser como otros, arrancamos nuestras raíces y vestimos nuestras ciudades con trajes prestados, hechos para cuerpos que no eran los nuestros. Así, el agua fue condenada al olvido, cubierta por concreto y ruido, mientras la ciudad perdía el vínculo con su paisaje, con su origen.
En este México improbable, el agua regresa. La calle es canal y la ciudad, un reflejo líquido de su pasado. Las canoas avanzan donde antes hubo tráfico, y el bullicio del agua reclama el lugar que nunca debió perder. Este ensayo no es utopía ni nostalgia, es una crítica que señala: ¿qué pasó con ese México que entendía su paisaje como parte de sí mismo, que sabía dialogar con su entorno en lugar de violentarlo?
El agua no se fue porque sabía que algún día la necesitaríamos para imaginar un camino distinto. Aquí, lo improbable se vuelve espejo, un recordatorio de que el futuro no tiene por qué estar en contradicción con nuestras raíces. Recuperar la vocación anfibia de la ciudad no es un sueño, es una invitación a pensar en un México que respeta lo que lo sostiene. Porque imaginar nuevas ciudades significa, primero, reconciliarnos con lo que somos.